Luis Arturo Hernández (2003)
La pintura de Hernández Landazabal (Vitoria, 1959), de la que constituye una buena muestra el Catálogo de la reciente exposición en su ciudad natal Pintura 1985-2000, representa en el dilatado espacio de tiempo de tres lustros, y so capa de “hiperrealismo”, idéntico pulso entre la Naturaleza y el Arte al que caracteriza la cosmovisión barroca, en un movimiento que en las sucesivas vueltas de espiral de su evolución en el tiempo -tan helicoidal como lo es la información genética o la expansión de la galaxia- acaba inexorablemente exaltando el triunfo del artificio en perjuicio de la Naturaleza, en un menosprecio de lo natural y alabanza del Arte.
ARTE PURO DE LINAZA
La dialéctica entre tradición y modernidad, materializada aquí entre la técnica al óleo, por un lado, y las artes aplicadas como objeto de la representación, por otro, se resuelve en la pintura de Landazabal en una labor de recreación de las técnicas del siglo veinte -en especial de la fotografía al servicio de la impresión- que asume desde el pasado el arte contemporáneo y confiere una investidura clasicista a la era postindustrial, ungiéndola con los santos óleos de la tradición.Acaso porque, como bien podría haber escrito Eugenio D’Ors, “todo lo que no es tradición es plástico”.
De las cinco series en que se ha agrupado la muestra, Realidades planas supone el marco -zócalos, puertas, ventanas, cuadros- en que está a punto de producirse la epifanía de la imagen -como en Abstracto-concreto- y que se concretará, en breve, en la reproducción de daguerrotipos o estampas -como la”mater dolorosa”de Los indianos, del mismo año 1985 que el retrato de la madre del pintor, Adquirido-.
LANDAZABAL Y EL TEMA DEL DOBLE
En la galería de Personajes anacrónicos, las figuras amagan con un ademán de intención artística -el lápiz de labios o el aerógrafo- que los convierte en pintores potenciales, cuya verosimilitud se ve reforzada por el contraste con las realidades impresas, bidimensionales, de las portadas de las revistas, de las carátulas de los discos, o simplemente con las escalas de grises y de color que anticipan de forma incipiente el desdoblamiento de la realidad en la serie Meta-Artística, la dualidad manierista de “realidad-ficción” dentro de la obra que refuerza en el espectador el efecto de hipernaturalismo de una parte de la representación por oposición a otra abiertamente artificial -cuadros dentro del cuadro, fotografías, pósters, y hojas de periódico abierto junto a portadas de libros siempre cerrados, apilados, expuestos, en una profesión de fe en los santos padres de su devoción: Ibarrola, García Calvo o Warhol, y a la que no es ajeno el autohomenaje irónico a su propia producción-.
Correlato inexcusable, como en Borges, será la propia irrealidad del espectador.
NON SERVIAM, MADRE NATURA
Roto el equilibrio aparente entre naturaleza y artificio, éste irá desalojando del marco de la obra lo natural, adueñándose del espacio y configurando un universo tridimensional que reemplaza a la Naturaleza, como en la Sub-serie Oteiziana, en que la geometría libresca da el salto a la dimensión mítica anulando el tiempo del Capital, microcosmos de literatura muda -de un Landazabal narrador de historias-, macrocosmos de pintura elocuente regido en su orden por la plomada -péndulo de Foucault y espada atómica de Damocles al mismo tiempo- de un gran arquitecto cuyas construcciones traen resonancias mórficas del manierismo de Arcimboldo.
Y por fin sus artilugios mecánicos -Arte-ficio Dadá-, maquinaria inservible y gratuita, “soltera y portátil”, de inspiración duchampiana, que en su movimiento confirma la pluridimensionalidad artificial, amplían las fronteras del arte-ficción.
NATURALEZA MUERTA O EL SECRETO DEL TAXIDERMISTA
Sin embargo, la naturaleza se regenera, vuelve por sus fueros e irrumpe como un elefante en una cristalería -o una vaca en el museo contemporáneo del arte vasco-. Y así, en Natura urbana, a la pintura de Landazabal “algunas hojas verdes le han salido”, como en Poema en ocho hojas I y II -”la gracia de tu rama verdecida”- o Naturaleza muerta -”otro milagro de la primavera”-, naturaleza disecada, obra de taxidermista que vuelve a rizar el rizo de la espiral desnaturalizadora dándole a la hoja vegetal réplica con las hojas de artificio -láminas, fotos, cromos, etiquetas y páginas de tebeos, una de las grandes debilidades del tintinómano Landazabal-, en una progresión helicoidal cuya figura emblemática bien pudieran ser el “nautilus”y la escalera de caracolas de Vida y color, vida fósil que nos retrotrae a las primeras eras de la aparición de vida sobre la Tierra.Y así, Historia póstuma de una nécora, secuencia “sobrenatural” a tres bandas -la nécora cocida, la lata de sopa de nécora y la reproducción de una nécora en una viñeta de una de las historietas de Tintín- que multiplica el carácter ficticio del motivo sin por ello devolverlo a las arenas de la realidad -y, si no, aplíquesele la teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno-.
QUO VADIS, LANDAZABAL?
Exclusión de lo natural y omnipresencia cíclica e ineluctable del artificio, pues, que se reafirma incluso con la propensión a la paronomasia -la asociación verbal en el origen de Porciones y proporciones-, juego de palabras con mucha miga que lo emparenta con los “poemigas” de L. E. Aute -un amigo con quien hace buenas migas- a la vez que abre una ventana a una discreta emoción lírica en el universo deshumanizado de sus cerrados espacios interiores, a través de Paisaje interior I (1999), obra con que se cierra la muestra -que incluye una addenda de Re-tratos: Autorretrato o Príncipe y mendigo-y donde se anticipa una nueva vuelta de tuerca.
LUIS ARTURO HERNÁNDEZ (
ARTE PURO DE LINAZA
La dialéctica entre tradición y modernidad, materializada aquí entre la técnica al óleo, por un lado, y las artes aplicadas como objeto de la representación, por otro, se resuelve en la pintura de Landazabal en una labor de recreación de las técnicas del siglo veinte -en especial de la fotografía al servicio de la impresión- que asume desde el pasado el arte contemporáneo y confiere una investidura clasicista a la era postindustrial, ungiéndola con los santos óleos de la tradición.Acaso porque, como bien podría haber escrito Eugenio D’Ors, “todo lo que no es tradición es plástico”.
De las cinco series en que se ha agrupado la muestra, Realidades planas supone el marco -zócalos, puertas, ventanas, cuadros- en que está a punto de producirse la epifanía de la imagen -como en Abstracto-concreto- y que se concretará, en breve, en la reproducción de daguerrotipos o estampas -como la”mater dolorosa”de Los indianos, del mismo año 1985 que el retrato de la madre del pintor, Adquirido-.
LANDAZABAL Y EL TEMA DEL DOBLE
En la galería de Personajes anacrónicos, las figuras amagan con un ademán de intención artística -el lápiz de labios o el aerógrafo- que los convierte en pintores potenciales, cuya verosimilitud se ve reforzada por el contraste con las realidades impresas, bidimensionales, de las portadas de las revistas, de las carátulas de los discos, o simplemente con las escalas de grises y de color que anticipan de forma incipiente el desdoblamiento de la realidad en la serie Meta-Artística, la dualidad manierista de “realidad-ficción” dentro de la obra que refuerza en el espectador el efecto de hipernaturalismo de una parte de la representación por oposición a otra abiertamente artificial -cuadros dentro del cuadro, fotografías, pósters, y hojas de periódico abierto junto a portadas de libros siempre cerrados, apilados, expuestos, en una profesión de fe en los santos padres de su devoción: Ibarrola, García Calvo o Warhol, y a la que no es ajeno el autohomenaje irónico a su propia producción-.
Correlato inexcusable, como en Borges, será la propia irrealidad del espectador.
NON SERVIAM, MADRE NATURA
Roto el equilibrio aparente entre naturaleza y artificio, éste irá desalojando del marco de la obra lo natural, adueñándose del espacio y configurando un universo tridimensional que reemplaza a la Naturaleza, como en la Sub-serie Oteiziana, en que la geometría libresca da el salto a la dimensión mítica anulando el tiempo del Capital, microcosmos de literatura muda -de un Landazabal narrador de historias-, macrocosmos de pintura elocuente regido en su orden por la plomada -péndulo de Foucault y espada atómica de Damocles al mismo tiempo- de un gran arquitecto cuyas construcciones traen resonancias mórficas del manierismo de Arcimboldo.
Y por fin sus artilugios mecánicos -Arte-ficio Dadá-, maquinaria inservible y gratuita, “soltera y portátil”, de inspiración duchampiana, que en su movimiento confirma la pluridimensionalidad artificial, amplían las fronteras del arte-ficción.
NATURALEZA MUERTA O EL SECRETO DEL TAXIDERMISTA
Sin embargo, la naturaleza se regenera, vuelve por sus fueros e irrumpe como un elefante en una cristalería -o una vaca en el museo contemporáneo del arte vasco-. Y así, en Natura urbana, a la pintura de Landazabal “algunas hojas verdes le han salido”, como en Poema en ocho hojas I y II -”la gracia de tu rama verdecida”- o Naturaleza muerta -”otro milagro de la primavera”-, naturaleza disecada, obra de taxidermista que vuelve a rizar el rizo de la espiral desnaturalizadora dándole a la hoja vegetal réplica con las hojas de artificio -láminas, fotos, cromos, etiquetas y páginas de tebeos, una de las grandes debilidades del tintinómano Landazabal-, en una progresión helicoidal cuya figura emblemática bien pudieran ser el “nautilus”y la escalera de caracolas de Vida y color, vida fósil que nos retrotrae a las primeras eras de la aparición de vida sobre la Tierra.Y así, Historia póstuma de una nécora, secuencia “sobrenatural” a tres bandas -la nécora cocida, la lata de sopa de nécora y la reproducción de una nécora en una viñeta de una de las historietas de Tintín- que multiplica el carácter ficticio del motivo sin por ello devolverlo a las arenas de la realidad -y, si no, aplíquesele la teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno-.
QUO VADIS, LANDAZABAL?
Exclusión de lo natural y omnipresencia cíclica e ineluctable del artificio, pues, que se reafirma incluso con la propensión a la paronomasia -la asociación verbal en el origen de Porciones y proporciones-, juego de palabras con mucha miga que lo emparenta con los “poemigas” de L. E. Aute -un amigo con quien hace buenas migas- a la vez que abre una ventana a una discreta emoción lírica en el universo deshumanizado de sus cerrados espacios interiores, a través de Paisaje interior I (1999), obra con que se cierra la muestra -que incluye una addenda de Re-tratos: Autorretrato o Príncipe y mendigo-y donde se anticipa una nueva vuelta de tuerca.
LUIS ARTURO HERNÁNDEZ (
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